Nunca le faltaron flores

Camposancos nos recibió de noche. Tras casi cinco horas de trayecto por carretera. La primera parada de nuestro viaje documental para recopilar testimonios para un proyecto que aún no tenía título pero sí historia.

Nunca le faltaron flores

A aquel mismo lugar, a orillas del río Miño, procedentes de Ribadeo primero y de Bayona después, habían llegado a finales de octubre de 1937 miles de asturianos. Formaban parte del contingente de presos republicanos, capturados en el mar, en el Cantábrico, cuando trataban de huir a Francia ante la caída del Frente Norte, en los últimos pulsos de la guerra en Asturias, ya en manos de las tropas fascistas de Franco. Era la historia de un exilio frustrado.

Y teníamos los nombres de los protagonistas de aquel periplo. Algunos de ellos. Siete entre miles. De quienes además de haber sido capturados y llevados a este lugar, antiguo colegio que luego sería campo de concentración (el mayor de Galicia), habían sido después condenados a muerte y fusilados no lejos de allí, en Celanova, ya en la provincia de Ourense.

Baldomero, Marcelino, Guillermo, Alfonso, Abelardo, Belarmino y Mariano.

Los siete asturianos de Celanova, los llaman. La fosa en la que fueron enterrados después de su fusilamiento en septiembre de 1939 había sido exhumada a finales del otoño de 2022.

Ahora este equipo quería seguir sus pasos.

En un octubre anormalmente cálido amaneció aquel viernes la comarca del Baixo Miño. Uno de nuestros cicerones, José Manuel Domínguez Freitas, nos había advertido que no perdiéramos la oportunidad de madrugar. Por aprovechar la jornada, sí, también. Pero sobre todo por la recompensa de una salida del sol que regó de colores la playa de O Muiño.

Tras el inesperado regalo para los sentidos, había que ponerse a trabajar.

Visitamos, por este orden, el cementerio de Sestás, donde se ubica la fosa común, el antiguo campo de concentración, ahora abandonado y que sigue mirando frente a frente a Portugal, y por último, otro camposanto, el de Camposancos. Allí nos esperaba una historia singular que no estaba en el guión.

La de un rapaz, asturiano también. Muy joven. Recién estrenada la mayoría de edad. Dieciocho. Tenía además un nombre difícil de olvidar. Cleominio.

José Antonio Uris, José Manuel Domínguez Freitas y Antonio Rodríguez Portela, miembros de la Asociación para la Memoria Histórica del Campo de concentración de Camposancos, nos muestran el camino. En la parte más alta del cementerio hay un pequeño memorial de granito, sobre una tumba muy humilde, recuerdo inalterado de un enterramiento que fue posible gracias a la solidaridad de las mujeres del pueblo. Sobre el monumento, de reciente colocación, figura el nombre completo del chico. Cleominio Muñiz Lorenzo.

Memorial Cleiminio Muíz

También otros seis nombres de otros tantos asesinados en el campo y cuyos restos yacen en el entorno del cementerio municipal. Muertes en diferentes fechas. En diferentes circunstancias. Ninguna justa. Todas innecesarias.

La de Cleominio figura un 18 de noviembre de 1937. Aunque seguramente fuese unos días antes. Días en los que su cuerpo permaneció allí, en el campo, inerte, sin vida, para la obligada contemplación del resto de sus compañeros cautivos. A modo de advertencia, de amenaza. Podéis ser los siguientes.

Cleominio no estaba en el guión. Quizá podríamos incluir su historia, de forma breve, en el episodio que dedicaríamos a Camposancos. Pero su historia bien merecía un capítulo. Uno extra. Con entidad propia. El de Cleominio. Y lo contaríamos antes de que la narración continuase con su viaje hacia Ourense, hacia Celanova.

El 9 de febrero de 2024 se publicó La de Cleominio. Una historia de Camposancos, con el matiz explicativo de que se trata de un episodio extra, de un relato que no estaba en nuestros planes pero que acabó por requerir de su propio espacio. Autónomo, complementario al guion original de Un silencio enterrado.

Y esta es una historia que sigue viva y que quizá tenga algún capítulo más por escuchar. Una de las hermanas de Cleominio, Carmen, fallecida en 2014, le recordaba en su esquela. Su familia no le olvidó. Las redes sociales, en su mejor faceta, la de aliadas de la búsqueda, han permitido a quien escribe estas líneas localizar a dos de los sobrinos del joven avilesino al que, gracias a la solidaridad de unas mujeres gallegas, nunca le faltaron flores.

Por uno de ellos, hijo de Natividad, Nati, otra de las hermanas, hemos podido saber que Cleominio tocaba la guitarra. Ese instrumento, que se quedó huérfano demasiado pronto, tuvo un heredero, varias décadas después: su sobrino Reinerio, también aficionado a la música. Su abuela, madre del protagonista de esta historia, la guardó durante años para que sus cuerdas se mantuviesen vivas. Al igual que el recuerdo de quien un día, aun adolescente, las rasgó por primera vez.